Fotografía | Sony Pictures
A más de dos décadas del estreno que revolucionó el cine de zombis, Danny Boyle regresa con ’28 años después’, una secuela feroz que mezcla sangre, tensión y crítica social en dosis tan certeras como demoledoras.
En esta nueva etapa del apocalipsis, Jodie Comer y Aaron Taylor-Johnson lideran una generación marcada por la desconfianza, la rabia y la necesidad de sobrevivir en un mundo donde el peligro ya no se limita a los infectados.
Con actuaciones intensas y una puesta en escena inquietante, la película retoma el caos y lo transforma en una historia tan brutal como actual.
UN UNIVERSO QUE NUNCA SE CURA
Boyle no solo dirige, sino que reinventa su propia creación. El virus de la rabia ha seguido mutando y expandiéndose, y con él, también el estado de paranoia y desconfianza.
La historia se sitúa en un Reino Unido fracturado, con comunidades divididas entre zonas seguras, campos de refugiados y áreas completamente abandonadas a la infección. No hay nostalgia ni esperanza ingenua: solo supervivencia.
En este paisaje desolador, Jodie Comer brilla con fuerza. Su personaje, convertido en una suerte de guía emocional y moral, representa esa chispa de humanidad que aún queda entre tanta desolación.
A su lado, Aaron Taylor-Johnson despliega un magnetismo crudo, más físico, más impulsivo, pero igual de comprometido.
La química entre ambos sostiene la tensión y aporta capas de dramatismo a un guion que, aunque no siempre original, sí logra ser efectivo.
UN REGRESO A LAS RAÍCES (CON MÁS VIOLENCIA)
Si 28 Days Later se caracterizaba por su tono minimalista y crudo, 28 años después eleva la apuesta: persecuciones trepidantes, violencia sin filtros y una fotografía que saca lo mejor del caos urbano y rural.
Anthony Dod Mantle, habitual colaborador de Boyle, firma una cámara temblorosa, inmersiva, que coloca al espectador dentro del peligro constante. No hay descanso. No hay respiro.
Lo más interesante es cómo esta tercera parte retoma el comentario social. El virus ya no es solo un enemigo externo: se vuelve una metáfora de nuestras propias divisiones, de la desinformación, del control político, del miedo al otro.
Los infectados no son los únicos monstruos. Las decisiones humanas, muchas veces, resultan igual de perturbadoras.
NO ES PERFECTA, PERO SÍ PODEROSA
¿Es 28 años después tan impactante como lo fue la primera entrega? Tal vez no. La sorpresa y frescura de ’28 días después’ es difícil de replicar. Pero eso no le quita mérito a esta nueva película.
Tiene personalidad, visión y momentos que se graban en la retina. Su mayor fortaleza está en el ritmo, la atmósfera y sus actores principales, sobre todo una Comer en estado de gracia.
Quizás el guion de Alex Garland no explore caminos nuevos, pero su alianza con Boyle sigue siendo potente.
Hay escenas que recuerdan por qué esta saga marcó un antes y un después en el cine de infectados. Y, sobre todo, hay una intención clara de cerrar un ciclo que, a pesar de los años, nunca perdió relevancia.
’28 AÑOS DESPUÉS’ Y UN FINAL QUE ABRE PUERTAS (Y PREGUNTAS)
Sin caer en spoilers, el final deja abierta la posibilidad de una continuación o, al menos, un debate. ¿Podemos curarnos del todo del miedo? ¿Qué significa reconstruir después del colapso?
28 años después no da respuestas fáciles, pero sí invita a pensar. Y eso, en un género tan golpeado como el de los zombis, es todo un logro.