Fotografía | @v.leroux
Este departamento parisino, ubicado a pasos de la Torre Eiffel, trasciende cualquier definición tradicional de hogar.
Aquí, el arte convive con la historia y la arquitectura se convierte en escenario de una colección tan personal como sofisticada.
Diseñado por Charles Zana, el espacio funciona como un refugio íntimo donde cada pieza cuenta una historia y cada ambiente refleja la sensibilidad de sus dueños, apasionados coleccionistas con un ojo incansable para descubrir nuevas obras.
Desde el ingreso, la sensación es la de entrar a un museo privado, pero sin solemnidad. Este no es un lugar para observar arte desde la distancia: es un hogar donde se lo vive, se lo toca y se lo integra a la vida cotidiana.
LA TORRE EIFFEL COMO OBRA CENTRAL
Las imponentes ventanas enmarcan una vista que podría ser una instalación propia: la Torre Eiffel desplegándose como telón de fondo. La luz natural recorre el departamento parisino, realzando esculturas del siglo XX, pinturas contemporáneas y objetos vintage que conviven con naturalidad.
Zana aprovecha la arquitectura clásica —molduras, alturas generosas, proporciones nobles— y la mezcla con mobiliario actual, logrando un equilibrio perfecto entre la elegancia histórica y la frescura contemporánea.
Lo más cautivador del proyecto es la manera en que las piezas dialogan entre sí. Una obra vanguardista encuentra eco en un objeto antiguo; una lámpara moderna conversa con una consola clásica. Nada parece impuesto: cada elección responde a una narrativa personal.
Para los dueños, este departamento parisino no es una vitrina. Es el resultado de un vínculo emocional con el arte, de años de búsqueda y descubrimientos. Cada pieza guarda un recuerdo, una historia, una emoción.
VIVIR RODEADOS DE ARTE
El trabajo de Charles Zana se distingue por su capacidad para interpretar la identidad de quienes habitan el lugar.
Aquí, su intervención equilibra la serenidad con la potencia visual. No hay estridencias ni excesos: solo armonía, textura y una estética que se siente viva.
A pesar de su impecable curaduría, el departamento mantiene una calidez particular. No trata de impresionar: invita a quedarse, a observar, a descifrar. Es un espacio que revela nuevas capas con cada mirada.
Más que un proyecto de interiorismo, este hogar es una celebración de la pasión por coleccionar.
Una pieza audaz convive con un hallazgo vintage; una obra minimalista comparte pared con una escultura cargada de historia. Ese contraste, lejos de generar ruido, construye una identidad poderosa y única.
En una ciudad donde el arte siempre fue parte del alma cotidiana, este departamento parisino se convierte en un testimonio impecable de cómo habitar el arte puede ser una forma de vida.
