Por| Ricardo Bofill
En 1973, Ricardo Bofill descubrió una antigua fábrica de cemento abandonada, un complejo industrial de principios del siglo XX con más de 30 silos subterráneos, galerías y vastas salas de máquinas. Decidió transformar este espacio en la sede del Taller de Arquitectura.
La remodelación, que duró dos años, implicó enfrentarse a una estructura surrealista: escaleras que llevaban a ninguna parte, enormes estructuras de hormigón sin función aparente, piezas de hierro suspendidas en el aire y amplios espacios vacíos, llenos de un extraño encanto y magia.
El proceso de transformación comenzó con la demolición parcial de la estructura, revelando las formas ocultas y dejando el hormigón expuesto, casi como si hubiera sido esculpido.
Una vez definidos los espacios, se limpió el cemento y se introdujo nueva vegetación, preparándolo para sus nuevos usos.
Ocho silos de la antigua fábrica se convirtieron en oficinas, un laboratorio de modelos, archivos, una biblioteca, una sala de proyecciones y un imponente espacio conocido como “La Catedral”, utilizado para exposiciones, conciertos y diversas actividades culturales vinculadas al trabajo del arquitecto.
El complejo está rodeado de jardines con palmeras, eucaliptos, olivos y cipreses, y se ha convertido en un testamento de cómo un arquitecto imaginativo puede dar una nueva vida y función a cualquier espacio, sin importar cuán distinto sea de su propósito original.